sábado, 29 de mayo de 2010

EL HOMBRE Y SU LUZ




A mis queridos visitantes,


La mayor parte de los artículos expuestos en ‘¿Ya te has preguntado…?’ pueden ser una mezcla, no exenta de riesgo, entre géneros como la poesía, la narrativa, el ensayo y la autobiografía. En esta ocasión, me estoy limitando (felizmente) a la narrativa en base a una historia, tejida por esta imaginación que a veces, como un cachorro fiel, me sigue a todos lados aunque no siempre le preste atención. He decidido escuchar al instinto de mi fantasía y compartir con ustedes (vosotros) una historia ‘por entregas’, a la usanza antigua. Espero que les (os) agrade.




1ª Parte.

Hubo una vez un hombre a quien, inesperadamente, se le encendió una luz en el corazón.

Al principio ésta era imperceptible. Brillaba de forma tenue desde el interior del pecho, apenas un resplandor por debajo de la piel. Con cada sístole-diástole, la discreta luz cobraba fuerza e incrementaba su energía. El hombre sólo sentía una especie de calor feliz pero no le otorgó mucha importancia, a pesar de que el hecho le mantenía en un estado apacible y él se sentía en armonía; quizá la misma que, en su memoria, enmarcaba los retratos mentales de su infancia. Mucho no recordaba, pero esta sensación de ‘la vida tiene sentido’ le resultaba más familiar cada vez. Acostumbrado por los años a cuestionarse muy pocas cosas, permitió que esta experiencia le invadiera de forma irremediablemente. La dejó entrar sin afán de lucha ni demasiadas perspectivas para conservarla. El hombre, como muchos hombres, había llegado demasiado temprano a la conclusión de que esta felicidad era una cosa pasajera; mejor dejarla ser, estar, darle cabida en la medida de lo posible sin alterar el resto de las variables que participaban de su vida rutinaria.

Fueron necesarios apenas unos días para que la luz se apoderara de su pecho. La sensación ya no era tan cómoda. A fin de cuentas, si un hombre se hace a la idea de que en esa región de su cuerpo es natural (¿lo es?) sufrir de opresión o, por lo menos, sentirse constipado dadas las lamentables condiciones del medio ambiente, ¿por qué habría de experimentar ese calor interno?

Continuará…

miércoles, 19 de mayo de 2010

LA IDENTIDAD PRESTADA


Al lado mío: mi pareja observa, sorprendido, un video reciente de Mónica Naranjo en los laberintos virtuales de YouTube. Hombres disfrazados de mujeres, mujeres semi-vestidas y fondos multicolores adornan una música que acelera de forma irremediable el sístole-diástole de mi corazón. Uno ya conoce de memoria el Punchispunchis de este siglo. La cámara, tan ágil como ebria, capta la figura de los bailarines que cambian de escenografía a ritmo de una foto por segundo. La Mónica: bailarina, pianista, recamarera, se acompaña de estos seres indefinibles por naturaleza en un viaje con mucho cambio pero carente de sentido. Las identidades se confunden en un mar de estímulos que nos llevarán, quizá, a preguntarnos si habrá algún desenlace en esta historia o, sencillamente, hay que dejarse llevar por el instante sorpresivo y olvidarse del control.



Ahora silencio. El teatro ha terminado. Nuevas imágenes suplirán a estas últimas, tarde o temprano. Y todo ello se suma a las reflexiones de estos últimos días en torno a la identidad.


¿Quiénes somos, realmente? Desde nuestro nacimiento, somos invitados por nuestros anfitriones: familia, maestros, amigos, sociedad, país, a formar parte del mundo utilizando una descripción propia fácilmente ‘adivinable. Las primeras actitudes que asomen desde nuestro interior, como delicadas posibilidades en vías de experimentación, formularán las primeras palabras descriptivas de lo que eventualmente denominarán ‘personalidad’. Recordemos que, en griego, la raíz etimológica de ‘persona’ significa máscara.


¿Qué máscaras han de regalarnos aquellos que nos rodean? ¿Qué mira y percibe quien me ve? Soy: ¿Travieso?, ¡Malhumorada! Ahhhh tierno… Feliz, melancólico, curioso, un chiste, soñadora, efusivo, nerviosa; distraído. ¿Terca? De carácter fuerte. Estas palabras, como semillas, germinarán en los surcos del pensamiento de los pequeños (que también fuimos), creando una tierra particular donde sembrar posibilidades que se ajusten a esos patrones repetitivos de lo que otros creyeron, de momento, que sería la domesticada identidad. Y esta porción de tierra del Ser cuya esencia corre un riesgo real de erosión temprana, en aras de lograr la aceptación del entorno, podría convertirse en una cárcel invisible si acaso no pugnamos por romper el molde impuesto de la falsa identidad.


Eso que defendemos posteriormente con ahínco no es más que un fantasma, vagando en un laberinto de máscaras. No importa si se trata de un rasgo de carácter, la ropa que vestimos, la profesión elegida o el cúmulo de ideas con que definimos lo que creemos ser. ¿Qué nos lleva, realmente, a la certeza definitiva de que eso que pensamos es auténtico? La auto-descripción es una forma convincente de entregarles a los demás una referencia simple de un mundo interno extraordinariamente complejo. La condición real de aquello que habita en nosotros es la imposibilidad de su descripción; pues si reflexionamos a fondo:


- No podemos ser lo que pensamos: a menos que indaguemos en la difícil práctica de calmar nuestro ruido interno, la agilidad del proceso mental y su eterna capacidad de sobrestímulo sugieren demasiados cambios como para lograr definir algo en específico, en especial a nosotros mismos más allá del instante presente.






- No podemos ser, de modo auténtico, nuestra idea del mundo: parte de ella nos fue heredada; otra parte fue asumida posteriormente en base a vivencias, mismas que no han terminado y corren el feliz riesgo de cambiar. Y la mayoría son enseñanzas que nos fueron impresas en un nivel profundo y repetitivo; enseñanzas que hubiesen sido del todo distintas de haber nacido en otra cultura, con otros padres, en un entorno ajeno al que me define hoy en día. Y mi verdad, por supuesto, podría haber sido incluso opuesta a aquella que me describe hoy.






- No podemos ser lo que sentimos. Cada momento florece y se marchita trayendo consigo infinidad de sensaciones que dan la apariencia de estabilidad, pero que a fin de cuentas resultan tan efímeras como un paisaje que se desdibuja a diario.






- Lo que somos es, en parte: sueño. Me despojo de la personalidad cada noche. Olvido quién soy durante el ciclo del dormir profundo. Debo destejer, como una moderna Penélope, la historia que he hilvanado durante años: la suma de mis vivencias, con el fin de renovarme en cada tránsito de la noche hacia el día (hay quienes eligen sin embargo una vida nocturna. ¿Por qué no?) Si me viese forzado a permanecer despierto, tal vez le daría horas extras a mi máscara; pero mi cuerpo desfallecería.










- Lo que somos es, en gran medida, memoria: aspectos de ella quedan sepultados en el infranqueable reino del inconsciente. Diría que la mayor parte de estos recuerdos se instalan en las cuevas profundas de nuestra psique y no salen a menos que alguien arroje luz directa sobre ellos. Cosa que no sucede muy a menudo, sobre todo en esas muchas ocasiones donde lo que se recuerda es la desaparición paulatina de la inocencia ante la vida.






Nuestra identidad, en resumidas cuentas, es un cúmulo de sueños, vagos recuerdos, imitaciones de otros, búsqueda de semejanzas y auto-definiciones de las cuales jamás podremos estar del todo seguros, a menos que nos libremos de la necesidad implacable de que otros nos acepten, tal cual somos. Y este Ser mayúsculo, del todo indefinible, no conoce las limitaciones de la materia: es todo Espíritu. Me parece que ahí es donde realmente adquirimos nombre, uno con el que todo hombre o mujer sobre la Tierra podrían identificarse. Más allá de cualquier identidad prestada, simplemente Somos. Esto es lo que nos hace libres, pues en el terreno del Ser no hay diferencias entre esto y lo otro; no resulta necesario describirse de ningún modo específico, no somos limitados a repetir el mismo papel en cada obra teatral y, ciertamente, no nos sentimos forzados a defender la pequeña porción de divinidad que me enseñaron debía preservarse como única joya y por pocos elegida.






Salgamos ya del laberinto. Nuestras máscaras nos sirven para el juego, pero no necesariamente para el encuentro. Las almas, cuando no son piel, son luz de brillantes tonalidades y resplandores que no se niegan el derecho a iluminar el mundo. Es ahí donde, por fin, recordamos nuestro verdadero nombre: UNO.




sábado, 15 de mayo de 2010

EL TRUEQUE: RENACIMIENTO DE UNA ANTIGUA PRÁCTICA Parte 2


Mira el video completo haciendo Click arriba

A pesar de lo dicho en la parte 1 de estas reflexiones, puedo aseverar que dentro del orden natural de la vida, el intercambio sigue formando parte necesaria de nuestras crónicas humanas. Los principios que aquí denomino: interconectividad, interactividad e interdependencia resultan, por fortuna, imprescindibles. Esto no garantiza que como sociedad (sobre todo la versión occidental de la misma) hayamos profundizado en el tema ni seamos conscientes de hasta qué punto la suma de todos nosotros es, en esencia, el único cuerpo de realidad que existe: una anatomía eternamente cambiante, a la vez que cohesiva, donde nadie sale sobrando por mucho que algunos deseasen pensarlo así.

Pensemos por ejemplo en el desayuno de esta mañana. En mi caso fueron tostadas francesas (leche de soya sabor avellana, mezclada con huevo y canela y pan de cereales que a su vez mezcla varios ingredientes más) aderezado con mermelada de melocotón; café con leche y azúcar, zumo de Goji (cerezas del Himalaya), plátano en rebanadas. Para este desayuno, se utilizaron dos servilletas, dos platos, varios cubiertos, una taza... y me atrevo incluir la música de fondo en el reproductor de CD’s. Participaron en la creación de mi desayuno el frigorífico (refrigerador, en México) que conserva los alimentos; el sartén con qué preparar las tostadas, la estufa que suple al fuego de antaño con calor eléctrico. Una mesa, una silla y excelente compañía (mi pareja :) ).



Si no existiera el principio de interconectividad, no habría manera de unir los elementos que permitieron la participación de todos estos ingredientes (incluyendo objetos no comestibles) para crear la simple realidad de un desayuno. Del mismo modo, todo lo que vive en la Tierra y sus mares, está sustentado por la vida de aquello que existe a su alrededor. Hace unos años, el cómico Jerry Seinfeld caracterizó con su voz la historia de una simpática abeja que decide defender los 'derechos de autor' de su especie y así lograr que les fuera devuelta toda la miel que los seres humanos les habían ‘robado’. Sucede que las abejas recuperaron tanta miel, que decidieron tomarse unas vacaciones. En consecuencia, dejaron de libar de las flores y se perdió, por unas semanas, el mágico ritual de la polinización. Toda la vida en los campos comenzó a morir… las abejas, nos recuerda la película, son tan imprescindibles para nuestra supervivencia (¡y trabajan siempre de forma gratuita!) como el agua que se contamina con nuestros propios rituales; la tierra que ha sido sobreexplotada y el aire que no deja de envenenarse ante la escandalosa ausencia de la consciencia interconectiva.


¿Y qué de la interactividad? Cada persona que habita este mundo participa de un proceso colectivo, pequeño o grande, que impacta la forma en que se configura la realidad de nuestro mundo. No puedo sino pensar en proyectos, antes imposibles, como YouTube, Facebook o Wikipedia: ejemplo de creaciones comunitarias que han hecho incrementar a velocidad luminosa y exponencial, la inescrutable cantidad de información que se nos hace disponible sin esfuerzo por nuestra parte en el Universo (¡literalmente!) de la web.


Y el más importante: interdependencia. Este sencillo desayuno, inevitable ritual de cada mañana, ha puesto en marcha un mecanismo invisible que reúne el esfuerzo de cientos de personas. ¿Es posible? Basta con preguntarse:

Todas las fotos: Alex Slucki

¿Quién sembró los trigales del pan que yo utilicé?, ¿quién cosechó el trigo, lo molió, lo convirtió en harina, le puso en un saco (en México: costal), quién le dio nombre a la marca del trigo, lo transportó a un almacén, quién lo compró, quién imprimió la factura de la harina para que llegara al comercio, quién amasó la harina junto con los otros ingredientes que hacen del pan pan… y esos otros ingredientes? ¿Quién…?



Un solo pan puede tener al menos 50 autorías compartidas. Sin el principio de la interdependencia, a cada pregunta similar a las que he formulado, la respuesta sería: yo. Y estamos hablando apenas de un elemento de mi desayuno.



Inter-dependemos. Sería ignorancia pura pensar que lo podemos todo. Es una falacia. La misma energía divina necesita de cada uno de nosotros para poner en movimiento la creación de un solo pan. Quien enseña un plástico y cree que lo puede todo, ha caído en el error más ególatra posible y se ha olvidado del origen de las cosas.

Pero esto sucede, precisamente, cuando el virus del olvido se siembra en las tierras del trueque. Como una mala yerba, es capaz de crecer en las raíces de la mente y ocupar un espacio demasiado requerido por el árbol de la consciencia.



Si a mí me fuese posible, suspendería poco a poco las transacciones que hacen de mi intercambio una realidad virtual. Porque un cheque no es dinero; y menos una transacción bancaria por internet. Pero dar una manzana a cambio de un plátano… ahí sí encuentro la vida. Veo los ojos de quien me entrega el sagrado fruto (literalmente) de su esfuerzo y reconozco que le ha llevado tiempo esta participación en la dinámica de nuestra comunidad global. Y sé que cuando pruebe mi manzana, le sabrá a manos que pusieron amor en la siembra y más que una marca al proceso de entrega.


Si me fuese posible, intercambiaría mi canto por un buen masaje; tal vez la ropa que llevo puesta resultaría más novedosa a mis vecinos y el paraguas que ya no utilizan me serviría de adorno para escenografía de alguna obra. Tengo muchas cosas que ofrecer, sin necesidad de que éstas sean compradas una y otra vez sólo porque la T.V. me indica que no soy nada, nadie, de no poseer lo último en la moda. Y reconozco: la moda me agrada, la buena comida me extasía y no me perderé las películas que sean dignas de mi atención en una buena sala. La diferencia radicará, tal vez, en que cada vez que compro o intercambio algo, recuerdo que existe alguien que me lo ha dado y el valor de su esfuerzo es muy superior a los precios que el mercado exige.


Si alguien desea intercambiar ideas, preguntas u opiniones… recuerde: ninguna de éstas cuesta un centavo y en el proceso nos enriquecemos todos.

viernes, 14 de mayo de 2010

EL TRUEQUE: RENACIMIENTO DE UNA ANTIGUA PRÁCTICA, Parte 1


Hubo un tiempo en nuestro planeta en que el trueque era una versión simplificada de las estructuras de comercio que prevalecen hoy en día. Es probable que, en ese entonces, una gallina a cambio de melocotones (en México: duraznos) resultase en satisfacción para ambas partes. Sonrisas, palabras cordiales de vecinos y la mutua entrega de la mercancía unía a las personas, les llevaba a conocerse y valorar de una manera más real el concepto de intercambio justo. Por cierto, la palabra conservaba un peso de un valor muy superior a los metales, el oro como ejemplo, a quien hemos conferido un poder especial.



En la era actual, todavía existen intercambios. Sin embargo, la apreciación del trabajo queda difuminada ante la imponente presencia de objetos que no son oro, ni plata; no son bronce siquiera: papel y plástico han usurpado su lugar. Yo entrego un hoja con la firma adecuada y soy capaz de abrirme puertas insospechadas, quizá incluso al interior de algún palacio. Hago brillar, dentro de mi cartera, esas fecundas parcelas con microchip integrado y de pronto me convierto en el hombre más agradable del mundo. Podría ser un auténtico canalla en mi vida diaria; si dispongo de cuenta, firma y crédito, gozaré de privilegios inusitados, como viajar en primera clase, recibir un trato fuera de lo común y distinguirme de aquellos que no pueden pagar las cuotas de la moderna transacción.


Da la casualidad que estas formas de intercambio crean menosprecio ante las materias primas con que dichas riquezas (las que promueve el plástico) fueron creadas en primera instancia. Una tarjeta me habla de poder personal, pero no me habla de la persona en sí. He perdido la noción del quién cultivó los tomates que llegan a la mesa, ni el esfuerzo que implicó cualquier manufactura más allá de las franquicias. Compro, uso, desecho. Los héroes y genios detrás de todo ello son fantasmas sin nombre, historia ni presencia. Yo mismo me convierto en lo que uso pues tan pronto entre en el laberinto del consumo (Octavio Paz ya habló de un laberinto solitario… siempre lo son), perderé mi rostro, la ventana a mi alma podría quedar tapiada por un sinfín de marcas que hablarán de quién se supone que Yo Soy.




Pintura de Joseph Maria


Tal parece que, en definitiva, hemos perdido socialmente la magia del trueque en casi todos sus sentidos. La fachada se ha vuelto fundamental, mientras que al edificio de nuestras relaciones podría faltarle algo más que un simple mantenimiento. La sanación de estos procesos y la recuperación de los valores dependerá, exhaustivamente, de nuestra capacidad de retomar las dinámicas originales de preguntarse con un dejo humildad: ¿cuál es tu talento…? ¿Cuál es el mío?; ¿Quién eres tú… quién soy yo?. ¿Cómo podemos, el tú y el yo, lograr un encuentro fascinante y descubrir, en esencia, la forma de enriquecernos? Olvidemos las monedas por un momento: me refiero a esa abundancia que florece en una vida cuando activamos los principios de la interdependencia, la interconectividad y la interactividad.


Si bien explicaré estos principios en la segunda parte, deseo enfatizar que sin éstos, la poca virtud rescatable en los intercambios de hoy día entrará en la lista de ‘especies en extinción’. No sólo nos hemos despedido ya de un importante número de especies vegetales, animales y minerales en el proceso de des-identificación; pareciera que con estas ausencias aparecen, también, huecos invisibles en la fina tela de nuestra esencia humana. La falta de intercambio en el mejor sentido de la palabra nos sume en el olvido y en más de una dirección.


Continuará…

martes, 11 de mayo de 2010

LIBERÁNDONOS DE LOS PREJUICIOS

La presencia. Foto digitalizada de Alex Slucki (http://www.artquilar.com/)

Si acaso existe un acuerdo tácito entre la mayoría de los seres humanos, es nuestro sencillo deseo de ser amados. Difícil tarea, cuando los medios que nos educan: llámense padres, maestros de escuela o bien las formas masivas de información, insisten en alimentar los estereotipos, con la suposición de que dichas impresiones ‘deberían’ ser compartidas por nuestro grupo, en lugar de permitirnos un ejercicio de criterio, capaz de orillarnos a distinguir la magia que nos hace diferentes; y por lo cual todos, sin excepción posible, hemos de celebrar nuestra existencia original sobre el Planeta.

Daría la impresión que la única manera de aproximarse a una verdad, acaso a medias, de ‘quiénes son los otros’ toma como referencia las versiones altamente primarias de una sociedad, tribu, familia o nación. En el mejor de los casos, si menciono alguna procedencia, cualquiera que sea, correré el riesgo de caer en superficies altamente quebradizas que no lograrán ‘romper el hielo’ pero sí han de congelar mis vagas impresiones de esa gente que espera, quizá sin mucha fe, a ser comprendida, aunque ello no garantice la tolerancia hacia los demás.

Estos sellos que viajan de la mente a la infatigable nave de nuestra comunicación, tienden mayormente a ser dañinas. Pues una vez que nacen las generalizaciones, las personas pueden darse por ausentes. Podremos verles fijamente a los ojos y no reconocer al alma que nos saluda en el interior del iris y busca conectarse a través del corazón. Y no limitemos el discurso a los grandes desconocidos. También padecen nuestros allegados, a quienes miramos muchas veces a través de un espejo que se tuerce. Basta con preguntarse si no acaso esperamos que se comporten de tal o cual manera, que cumplan con la exquisita profecía que les hemos asignado de ser ellos: los de siempre. De modo que si intentaran romper con ese molde que a nosotros – y no a ellos – nos da seguridad, vendrían el rechazo, la duda, la incertidumbre: ‘ya no eres aquel a quien yo esperaba’.



Yo quisiera que brote desde el fondo de esa imagen, pegada como estampa, la verdadera esencia de quien cada uno es.

Dejar de un lado los sellos que separan, por decirlo de algún modo, ‘al lector de su remitente’.

Reinstaurar la poesía entre las miradas, donde galopa libre esa magia rebelde que implica ser uno mismo, diferente cada vez… si acaso por el acto de sorprenderme a mí mismo y si fuese posible: reconquistarte.

Podré ser mexicano, judío, gay, indígena, abogado, acróbata, astronauta, monje. Nada de esto me define cuando duermo y dejo atrás mi identidad que, al despertar, se queda todavía más dormida. Cada sello que me impongo por ser leal a ese estereotipo que de mí se tiene, entierra a una mayor profundidad lo que mejor vive en mí y se llama esencia verdadera. Deseo mostrarla y dar fe de que es amable, como todas las auténticas identidades de la tierra. Sólo en un instante entre miradas será posible captarla y llevarla al fin a una región donde la mente no interfiera. El corazón sabrá a qué me refiero, y si me está escuchando tu propio corazón, reconocerá la libertad del sentimiento cuando el estereotipo temible se disuelva.




lunes, 10 de mayo de 2010

LA ENSEÑANZA DE LAS MARIPOSAS

Pintura de mi amigo Joseph Maria, un fantástico creador 

letra y música de Silvio Rodríguez

Desde que el compositor cubano, Silvio Rodríguez, me invitara a mirar las mariposas como navecitas blancas, mi admiración por estas devotas de la luz se expande irremediablemente.



  ¿Cuántos símbolos no existen en ese parpadeo de vida de la pequeña mariposa? Más insólito aún resulta el cómo nosotros, de tomarle como espejo, somos capaces de perder de vista, comparativamente, nuestro propio potencial.



Ella: un fragmento de seda milagrosa que por obra del aliento divino adquiere sustancia. Ella, que inicia temprano en el colegio del Ser aceptando plenamente sus transfiguraciones, las muchas edades que su tiempo narra creando puentes imposibles entre un estado y otro, entre larva y mariposa.



Dicen que las células de oruga mueren dentro del capullo y se licúan, convirtiéndose en el alimento de las otras células: la nueva criatura en la que ha de convertirse cuando termine el primer sueño; ése en que solía arrastrarse felizmente entre hojas y ramas, comiendo de unas, rascándose con otras.



He escuchado que, para vivir, debe quebrar su cascarón envolvente con sus propias alas, empujar con fuerza para redescubrir la luz y esta misma férrea voluntad es la que le otorga la confianza traducida en vuelo. Durante un experimento en que ayudaron a ciertas mariposas a nacer, éstas ‘perdieron’ la confianza en sus propias fuerzas y nunca aprendieron a volar.



De sobra sabemos que, colectivamente, la millonaria comunidad de las Monarcas (jamás han de pelear por algún reino) migra una vez por año en busca de las regiones cálidas donde pasar el tiempo. Unidas, las Monarcas se convierten en una gran sombrilla de fuego incombustible, consciente de su anhelo por los bosques donde continuar soñando. Y así se van: sin pasaporte ni fronteras autoimpuestas, dialogando con el voluble viento y teniendo al sol por brújula; de este modo se yerguen por encima de incalculables regiones que a nosotros nos llevó muchos milenios conocer, ya no se diga 'conquistar' (Te has preguntado: ¿alguno de nosotros ha logrado siquiera la conquista de sí mismo?)

Ésta, queridos, es mi insólita  enseñante:
La Dama- Caballero mariposa.

Cabe en la palma de tu mano, pero quizá no seadecúe a tu corazón. Pues su comunidad ha librado más batallas que todos los hombres de la tierra; ha viajado más lejos y más alto que la mayoría de nuestras poblaciones; y ha aceptado todas sus edades mientras que nosotros, especie aún demasiado joven, soñamos con la eterna juventud. Tal vez Cleopatra (monarca a fin de cuentas) supiera embellecerse, vestirse liviana, libar ante la luz y ensayar vuelos más allá de sus fronteras; pero estoy seguro:
jamás fue mariposa.

Al temer nuestra propia transfiguración, quizá hayamos pactado a priori una riesgosa muerte en vida, pues negados a sucumbir ante los inevitables cambios, quizá perdamos de vista
esa migración de nuestro propio ser:
hacia estados más elevados de la conciencia, donde es factible danzar de forma repentina, con la ligereza que acarrea el descubrimiento de nuestras auténticas libertad y fuerza,
mismas que a manera de símbolo
 nos han regalado, con su sola presencia,
las imprescindibles mariposas.




domingo, 9 de mayo de 2010

DI: ¿POR QUÉ?

para ver el video de la Fira 2009, da click en la parte azul.

La mirada despierta a la curiosidad;
la curiosidad despierta miradas.


‘Di por qué, dime abuelita,

di: ¿por qué eres viejita?

Di: ¿por qué sobre la cama

ya no te gusta brincar?’
Fragmento de la canción ‘Di por qué’

de Cri-Cri (Francisco Gabilondo Soler)



Pocas canciones de Cri-Cri me resultan tan memorables como ésta, la canción de las preguntas sin contestar. La poesía cotidiana que se deja entrever en la curiosidad del nieto (¿quizá nieta?) frente a una abuela que se mantiene como un testigo silente, me hace pensar que yo también, tatarabaramataranieto del Universo, sigo arrojando a diario mis versiones de duda cósmica a los oídos de Dios, cuyo auténtico nombre ni siquiera conozco exceptuando aquellas versiones que le hemos inventado los seres de esta Tierra.

Y es probable que esa energía invisible, inmanente, me mira y percibe desde un rincón insospechado; quisiera pensar que lo hace con esa misma paciente ternura que imagino tendría la abuela de ‘Di por qué’ y que, en el corazón de aquella divinidad que me acompaña a todas partes, algo se conmueve al escuchar mis incógnitas y le lleva a inventar mundos, tan sólo para responderme.

Sin embargo, ¿estoy atento a las señales que la divinidad me arroja? Pues este es, posiblemente, el problema fundamental. No puedo sino pensar que Dios, Diosa, el Universo, Cosmos, la Gran Unidad, la Fuente… eso que yo soy y somos todos en la versión de un nosotros infinita e inabarcable, me está llamando por mi nombre a través de cada singular elemento que respira sobre su hermosa Tierra. ¿Cuento acaso con la preparación para leer los lenguajes del símbolo, el poema, la metáfora que parecen ser la insignia divina por excelencia?

Miro el gran árbol que se mece y juega con los vientos, justo en el momento en que me aproximo a él. ¿Qué me quiere decir? Lo que me diga a mí mismo. ¿He entendido bien… que dance y me haga ligero y lo demás no importa?

Miro y pregunto frente a la emblemática Luna que me mira de vuelta y sonríe. ¿Puede ser un oráculo, la Luna, y contestarme si alcanzaré un estado de alegría inalterable? En cuyo caso quiero un cómo, suplente del ‘por qué’.

Tan niño como siempre, navego los océanos de mi propio repertorio temático, buscando el origen de los tiempos, de mi propia existencia y mi razón de estar sobre el planeta. Curiosamente, resulta que el por qué me puede conducir, precisamente allí. Pues cada vez que sumo un por qué a una secuencia de pensamientos, doy un laaargo paso y me remonto a un origen cada vez más amplio, profundo y lejano.

Ejemplo:

¿Por qué me gusta tanto el cielo? Por su color azul.

¿Por qué me gusta el color azul? Porque me da serenidad.

¿Por qué me brinda serenidad? Porque me encanta su amplitud.

¿Por qué me recuerda la amplitud? Porque parece no tener fin.

¿Por qué no tiene fin? Porque detrás del cielo, está el espacio.

¿Por qué está ahí el espacio? …

Es una muy buena pregunta.

Y mientras lo ignore, qué gran derecho el estar aquí con el fin de investigarlo y así saber que tengo algo que preguntarle a mi abuelita, a mis maestros, a mi propio corazón, a la presencia invisible, inmanente y compasiva que no sé si me escucha, y que algunos llaman Dios.

sábado, 8 de mayo de 2010

PODEROSAS SENSACIONES, SEGUNDA PARTE.


Si uno toma en cuenta la motivación detrás de la adquisición del poder (en caso de lograr saciarlo en su manifestación externa), pronto se percatará de que no son las cosas que se persiguen las que crean la satisfacción sino el cómo dichas cosas nos hacen sentir.



La mayoría de la gente compartirá el deseo de sentirse bien, de alguna u otra manera: paz interior, satisfacción, seguridad, triunfo, alegría, reconocimiento, aceptación, el mismo amor. Es evidente que ninguna de estas cualidades, todas universales, pueden comprarse en ningún sitio. Podré estar en las tiendas más lujosas de la Quinta Avenida en Manhattan; o frente a las concesionarias de autos que exhiben sus modelos de manera tan eficaz que automáticamente podrían despertar la Sed del Poder Tener. Es posible incluso que algún día, tras mucho trabajar, obtuviera el merecido reconocimiento por mi labor, llámese premio, posición privilegiada o fama internacional. Sin embargo, no existe manera de que ningún vendedor me ofrezca siquiera el ‘espejo retrovisor de la alegría’ o una ‘sensación de plenitud impresa sobre seda’, un ‘diploma de ternura’ o la dorada ‘medalla de la fe’. Por muchos diamantes que tenga, ni uno sólo ha de susurrarme el secreto de mi creatividad o mi pasión: cualidades naturales que, como todo ser humano, llevo a todas partes aún si permanecen en estado latente o tras las rejas de la identidad falsificada por el miedo.



¿Qué estoy diciendo? Tanto los objetos como los objetivos se han vuelto sustitutos de sensaciones que deseamos despertar en nosotros, ¡mismas que respaldan la motivación existente detrás de los logros obtenidos!. Pues no existe otra razón viable para el logro de las metas si no es, acaso, la sensación que guardo como expectativa, producto de mi esfuerzo y basamento de mis sueños. Lo que me enriquece, no es lo que obtengo si no el cómo me siento al obtenerlo. Pero te has preguntado: ¿qué sucedería si obtuvieras por adelantado la sensación que buscas detrás del éxito-objeto-objetivo? ¿Y si a través de estas sensaciones a priori, fuese más sencillo atraer lo que deseas?



Desde hace algunos meses, he realizado un experimento con mis alumnos. Cada vez que ellos me dicen lo que quieren lograr, sinónimo de ‘sed de poder… algo’, yo les pregunto: ‘¿y cómo te quieres sentir?’ . Las respuestas han sido de lo más variadas, pero nunca se salen de la misma arena de juego de la sensación universal. Desean la casa, sí; pero en realidad, lo que supuestamente despertará en ellos la adquisición de la misma es ‘seguridad’. O desean el trabajo de sus sueños, lo cual les dará la sensación de ‘reconocimiento’. Y cada vez que ellos proyectan su necesidad sobre un objeto u objetivo, una persona o una experiencia, olvidan que el primer detonador de la sensación anhelada es la ‘casa de químicos’ que llevamos dentro.



Si acaso fuésemos capaces de buscar primero dentro de nosotros dónde viven esas sensaciones, cómo se activan sin necesidad de actividades, personas o estímulos externos cambiantes, si acaso simplificásemos la búsqueda siempre para volver a mirar al interior, descubriríamos que todo, absolutamente todo lo deseado, una vez separándole del objeto que crea la insaciabilidad, estuvo ahí desde siempre; pues mientras se trate de una cualidad universal, ésta habita en cada ser humano, sin excepción y puede ser reconocida fácilmente con tan sólo ser mencionada.



¿Cómo te quieres sentir hoy?

viernes, 7 de mayo de 2010

PODEROSAS SENSACIONES, PRIMERA PARTE.


PODEROSAS SENSACIONES, PRIMERA PARTE



Sobra la evidencia: el ser humano está sediento de ‘poder’. Y esto puede interpretarse de muchas formas, de modo que: no hagamos conjeturas. Este enunciado podría, sencillamente, significar que la mayor parte de la población de nuestra gran nave Tierra desea contar con la fuerza o el impulso suficiente para lograr un resultado. De ahí frases como: ‘Querer es poder’.


Sin embargo, la ‘sed’ planteada al inicio de esta entrada es capaz de crear una serie de espejismos: podríamos pensar, por ejemplo, en un poder acumulativo, o bien un poder influyente; un poder económico, un poder sobre los demás… un poder que se ejerce a pesar de las voluntades ajenas. Por supuesto, existe también el poder para realizar actos de generosidad. El poder, siendo energía en estado puro a la vez que latente, despierta el deseo de obtenerle y se convierte en materia de ficciones, algunas de ellas parecidas al hallazgo de un tesoro largamente perdido, arcas antiguas al mejor estilo de Indiana Jones. ¿Es posible, sin embargo, que el poder sea tan difícil de atrapar y se encuentre tan lejos de la mayoría de los seres humanos? Ciertamente, observando a los que poblamos este mundo, daría la impresión de que es muy poca la gente que reconoce su poder o se cree capaz de generar más potencial del que ya tiene.


Menudos conflictos, dudas y tabúes, los habitantes insospechados de una sola palabra, hueca en si misma pero cargada de connotaciones. El poder se convierte en palabra deseada, temida, anhelada, cuestionada, maravillosa, peligrosa. ¿Cuántos adjetivos pueden adjudicarse al poder, tanto en su luz como en su sombra?. Este fenómeno no ocurre con la mayoría de las palabras del resto del diccionario.


Existen palabras que conllevan una carga natural de poder: ‘Amor’, por ejemplo, se encuentra en una categoría aparte; sin embargo la definición del amar puede comprenderse de forma relativamente universal, aún cuando el acto en sí logre hallar incalculables formas de reinventarse.


El problema que detenta el poder se debe, creo yo, a que tiende a observarse como un fenómeno externo al ser humano y no como una fuente de riqueza que ya habita dentro de cada uno.


Continuará mañana…

P.D. A PROPÓSITO DEL QUERER Y EL PODER... TE COMPARTO UN VIDEO QUE INDUCE A REFLEXIONAR ACERCA DEL USO DE NUESTRA ENERGÍA, UN VIDEO QUE NOS INDUCE A PENSAR CREATIVAMENTE EN UN MANEJO MÁS APROPIADO DE NUESTROS DESEOS. NOS VEMOS MAÑANA.
  http://www.youtube.com/watch?v=Ep9MFiWXR8M

jueves, 6 de mayo de 2010

INTRODUCCIÓN: DE FUEGOS Y PREGUNTAS


   Quizá hayas tenido la misma sensación que yo experimento casi a diario: invado mis espacios de silencio con preguntas que fluyen como un torrente inevitable. Algunas de las preguntas que tuve de niño siguen siendo vigentes hoy; mientras que otras parecen más actuales, dada la velocidad de los cambios que propone un mundo en constante transformación, en perpetuo movimiento.
    Desde que las primeras generaciones de hombres y mujeres en pleno desarrollo de su capacidad de subsistir descubrieron el ' fuego prometeico', les fue entregada también una facultad especial, si bien desconcertante, ante el milagro de las llamas primigenias: la necesidad de preguntar. Pues el fuego, símbolo de pasión, de transformación, elevación y luz, danzó hipnóticamente ante sus descubridores para nunca más abandonarles, aún si su esencia se viese reconstituida con el poder de las edades. Hoguera, chimenea, bombilla, televisor, pantalla plana... fuego digital.



    Pasamos tiempo frente al fuego, si bien ahora en su versión más reciente: el internet, porque su capacidad hipnótica sigue siendo tan voraz como lo fue hace miles de años. La luz de la pantalla parpadea a velocidades insólitas comunicándonos todas las posibilidades aún por conocer: un video, un espacio web original y propositivo, una canción que nos conmueve, un autor que trasciende. Y este fuego incendiario no logra apagarse. Cada vez llega a más hogares, expande sus capacidades informativas, se reproduce en infinidad de decisiones por tomar y consume nuestro valioso tiempo, mismo que intentamos (supongo) aprovechar al máximo ante las demandas de subsistir al viento de los cambios. Recordemos que el viento es el gran aliado del fuego.



   Si yo tomase en cuenta la posibilidad de que mi alma se ha encarnado en muchas versiones de sí misma, podría entonces decir que he conocido, como sugeriría Cortázar: 'todos los fuegos (d)el fuego'. Y en cada una de mis edades, en esta u otras vidas, lo único que ha prevalecido realmente es la gran pregunta, pues es ésta y no otro elemento quien provoca el nacimiento de la llama. Si no preguntamos, no se encenderán los motores de nuestra curiosidad y sin ésta, la vida puede perder el instinto de su propia motivación. Como dijo alguna vez uno de mis guías de luz: 'no necesitas saber lo que ya sabes'. En la medida que uno basa su vida en patrones de repetición: como defenderse ante nuevas circunstancias con viejas actitudes o respuestas, uno podría correr el riesgo de estancarse. Lo que ya sé forma, por supuesto, una parte trascendente de mi repertorio de experiencia, sea ésta empírica, de índole emocional o una propuesta intelectual. Pero este conocimiento sólo vuelve a cobrar vida por instantes, como lo hace un agradecido libro de biblioteca cuando alguien le otorga un sentido a su existencia. Entretanto, el libro espera con sus flamables hojas a narrar su contenido antes de convertirse de forma permanente en un elemento decorativo sin más.



   Huyo, decididamente, de la idea de convertirme en un libro viviente. Mucho de lo que sé poco me sirve a menos que mi experiencia vuelva a su estado de pregunta y ponga en movimiento la energía que en mí habita. Si yo no pregunto, me alejo del fuego. Dejo de danzar. Danza-búsqueda, danza-pasión, danza-encuentro. Como el fuego. Si nada me consume por dentro, es que he dejado de ser incendiario. Mis pensamientos corren peligro, pueden congelarse y comenzaré por repetirme en actitudes, propuestas, 'discos rayado' de la versión original que alguna vez fui. Por eso nunca dejaré de preguntar.



   Hoy te ofrezco este fuego. Estoy sediento de preguntas, muchas de ellas ni siquiera tengo idea de cuáles serán. Le otorgarán a mi vida la energía necesaria y, si acaso, puedo mirar el fuego contigo y hallar las nuevas versiones en que el conocimiento ha de abrirse para nosotros, habrás encontrado entonces un espacio: intelectual, tribal, espiritual, donde reflexionar sobre la vida cotidiana, la vida más allá de lo mundano, la vida en la plenitud de su expresión.



   ¿Qué encenderá tu fuego el día de hoy?