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La mirada despierta a la curiosidad;
la curiosidad despierta miradas.
‘Di por qué, dime abuelita,
di: ¿por qué eres viejita?
Di: ¿por qué sobre la cama
ya no te gusta brincar?’
Fragmento de la canción ‘Di por qué’
de Cri-Cri (Francisco Gabilondo Soler)
Pocas canciones de Cri-Cri me resultan tan memorables como ésta, la canción de las preguntas sin contestar. La poesía cotidiana que se deja entrever en la curiosidad del nieto (¿quizá nieta?) frente a una abuela que se mantiene como un testigo silente, me hace pensar que yo también, tatarabaramataranieto del Universo, sigo arrojando a diario mis versiones de duda cósmica a los oídos de Dios, cuyo auténtico nombre ni siquiera conozco exceptuando aquellas versiones que le hemos inventado los seres de esta Tierra.
Y es probable que esa energía invisible, inmanente, me mira y percibe desde un rincón insospechado; quisiera pensar que lo hace con esa misma paciente ternura que imagino tendría la abuela de ‘Di por qué’ y que, en el corazón de aquella divinidad que me acompaña a todas partes, algo se conmueve al escuchar mis incógnitas y le lleva a inventar mundos, tan sólo para responderme.
Sin embargo, ¿estoy atento a las señales que la divinidad me arroja? Pues este es, posiblemente, el problema fundamental. No puedo sino pensar que Dios, Diosa, el Universo, Cosmos, la Gran Unidad, la Fuente… eso que yo soy y somos todos en la versión de un nosotros infinita e inabarcable, me está llamando por mi nombre a través de cada singular elemento que respira sobre su hermosa Tierra. ¿Cuento acaso con la preparación para leer los lenguajes del símbolo, el poema, la metáfora que parecen ser la insignia divina por excelencia?
Miro el gran árbol que se mece y juega con los vientos, justo en el momento en que me aproximo a él. ¿Qué me quiere decir? Lo que me diga a mí mismo. ¿He entendido bien… que dance y me haga ligero y lo demás no importa?
Miro y pregunto frente a la emblemática Luna que me mira de vuelta y sonríe. ¿Puede ser un oráculo, la Luna, y contestarme si alcanzaré un estado de alegría inalterable? En cuyo caso quiero un cómo, suplente del ‘por qué’.
Tan niño como siempre, navego los océanos de mi propio repertorio temático, buscando el origen de los tiempos, de mi propia existencia y mi razón de estar sobre el planeta. Curiosamente, resulta que el por qué me puede conducir, precisamente allí. Pues cada vez que sumo un por qué a una secuencia de pensamientos, doy un laaargo paso y me remonto a un origen cada vez más amplio, profundo y lejano.
Ejemplo:
¿Por qué me gusta tanto el cielo? Por su color azul.
¿Por qué me gusta el color azul? Porque me da serenidad.
¿Por qué me brinda serenidad? Porque me encanta su amplitud.
¿Por qué me recuerda la amplitud? Porque parece no tener fin.
¿Por qué no tiene fin? Porque detrás del cielo, está el espacio.
¿Por qué está ahí el espacio? …
Es una muy buena pregunta.
Y mientras lo ignore, qué gran derecho el estar aquí con el fin de investigarlo y así saber que tengo algo que preguntarle a mi abuelita, a mis maestros, a mi propio corazón, a la presencia invisible, inmanente y compasiva que no sé si me escucha, y que algunos llaman Dios.
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