martes, 11 de mayo de 2010

LIBERÁNDONOS DE LOS PREJUICIOS

La presencia. Foto digitalizada de Alex Slucki (http://www.artquilar.com/)

Si acaso existe un acuerdo tácito entre la mayoría de los seres humanos, es nuestro sencillo deseo de ser amados. Difícil tarea, cuando los medios que nos educan: llámense padres, maestros de escuela o bien las formas masivas de información, insisten en alimentar los estereotipos, con la suposición de que dichas impresiones ‘deberían’ ser compartidas por nuestro grupo, en lugar de permitirnos un ejercicio de criterio, capaz de orillarnos a distinguir la magia que nos hace diferentes; y por lo cual todos, sin excepción posible, hemos de celebrar nuestra existencia original sobre el Planeta.

Daría la impresión que la única manera de aproximarse a una verdad, acaso a medias, de ‘quiénes son los otros’ toma como referencia las versiones altamente primarias de una sociedad, tribu, familia o nación. En el mejor de los casos, si menciono alguna procedencia, cualquiera que sea, correré el riesgo de caer en superficies altamente quebradizas que no lograrán ‘romper el hielo’ pero sí han de congelar mis vagas impresiones de esa gente que espera, quizá sin mucha fe, a ser comprendida, aunque ello no garantice la tolerancia hacia los demás.

Estos sellos que viajan de la mente a la infatigable nave de nuestra comunicación, tienden mayormente a ser dañinas. Pues una vez que nacen las generalizaciones, las personas pueden darse por ausentes. Podremos verles fijamente a los ojos y no reconocer al alma que nos saluda en el interior del iris y busca conectarse a través del corazón. Y no limitemos el discurso a los grandes desconocidos. También padecen nuestros allegados, a quienes miramos muchas veces a través de un espejo que se tuerce. Basta con preguntarse si no acaso esperamos que se comporten de tal o cual manera, que cumplan con la exquisita profecía que les hemos asignado de ser ellos: los de siempre. De modo que si intentaran romper con ese molde que a nosotros – y no a ellos – nos da seguridad, vendrían el rechazo, la duda, la incertidumbre: ‘ya no eres aquel a quien yo esperaba’.



Yo quisiera que brote desde el fondo de esa imagen, pegada como estampa, la verdadera esencia de quien cada uno es.

Dejar de un lado los sellos que separan, por decirlo de algún modo, ‘al lector de su remitente’.

Reinstaurar la poesía entre las miradas, donde galopa libre esa magia rebelde que implica ser uno mismo, diferente cada vez… si acaso por el acto de sorprenderme a mí mismo y si fuese posible: reconquistarte.

Podré ser mexicano, judío, gay, indígena, abogado, acróbata, astronauta, monje. Nada de esto me define cuando duermo y dejo atrás mi identidad que, al despertar, se queda todavía más dormida. Cada sello que me impongo por ser leal a ese estereotipo que de mí se tiene, entierra a una mayor profundidad lo que mejor vive en mí y se llama esencia verdadera. Deseo mostrarla y dar fe de que es amable, como todas las auténticas identidades de la tierra. Sólo en un instante entre miradas será posible captarla y llevarla al fin a una región donde la mente no interfiera. El corazón sabrá a qué me refiero, y si me está escuchando tu propio corazón, reconocerá la libertad del sentimiento cuando el estereotipo temible se disuelva.




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