sábado, 15 de mayo de 2010

EL TRUEQUE: RENACIMIENTO DE UNA ANTIGUA PRÁCTICA Parte 2


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A pesar de lo dicho en la parte 1 de estas reflexiones, puedo aseverar que dentro del orden natural de la vida, el intercambio sigue formando parte necesaria de nuestras crónicas humanas. Los principios que aquí denomino: interconectividad, interactividad e interdependencia resultan, por fortuna, imprescindibles. Esto no garantiza que como sociedad (sobre todo la versión occidental de la misma) hayamos profundizado en el tema ni seamos conscientes de hasta qué punto la suma de todos nosotros es, en esencia, el único cuerpo de realidad que existe: una anatomía eternamente cambiante, a la vez que cohesiva, donde nadie sale sobrando por mucho que algunos deseasen pensarlo así.

Pensemos por ejemplo en el desayuno de esta mañana. En mi caso fueron tostadas francesas (leche de soya sabor avellana, mezclada con huevo y canela y pan de cereales que a su vez mezcla varios ingredientes más) aderezado con mermelada de melocotón; café con leche y azúcar, zumo de Goji (cerezas del Himalaya), plátano en rebanadas. Para este desayuno, se utilizaron dos servilletas, dos platos, varios cubiertos, una taza... y me atrevo incluir la música de fondo en el reproductor de CD’s. Participaron en la creación de mi desayuno el frigorífico (refrigerador, en México) que conserva los alimentos; el sartén con qué preparar las tostadas, la estufa que suple al fuego de antaño con calor eléctrico. Una mesa, una silla y excelente compañía (mi pareja :) ).



Si no existiera el principio de interconectividad, no habría manera de unir los elementos que permitieron la participación de todos estos ingredientes (incluyendo objetos no comestibles) para crear la simple realidad de un desayuno. Del mismo modo, todo lo que vive en la Tierra y sus mares, está sustentado por la vida de aquello que existe a su alrededor. Hace unos años, el cómico Jerry Seinfeld caracterizó con su voz la historia de una simpática abeja que decide defender los 'derechos de autor' de su especie y así lograr que les fuera devuelta toda la miel que los seres humanos les habían ‘robado’. Sucede que las abejas recuperaron tanta miel, que decidieron tomarse unas vacaciones. En consecuencia, dejaron de libar de las flores y se perdió, por unas semanas, el mágico ritual de la polinización. Toda la vida en los campos comenzó a morir… las abejas, nos recuerda la película, son tan imprescindibles para nuestra supervivencia (¡y trabajan siempre de forma gratuita!) como el agua que se contamina con nuestros propios rituales; la tierra que ha sido sobreexplotada y el aire que no deja de envenenarse ante la escandalosa ausencia de la consciencia interconectiva.


¿Y qué de la interactividad? Cada persona que habita este mundo participa de un proceso colectivo, pequeño o grande, que impacta la forma en que se configura la realidad de nuestro mundo. No puedo sino pensar en proyectos, antes imposibles, como YouTube, Facebook o Wikipedia: ejemplo de creaciones comunitarias que han hecho incrementar a velocidad luminosa y exponencial, la inescrutable cantidad de información que se nos hace disponible sin esfuerzo por nuestra parte en el Universo (¡literalmente!) de la web.


Y el más importante: interdependencia. Este sencillo desayuno, inevitable ritual de cada mañana, ha puesto en marcha un mecanismo invisible que reúne el esfuerzo de cientos de personas. ¿Es posible? Basta con preguntarse:

Todas las fotos: Alex Slucki

¿Quién sembró los trigales del pan que yo utilicé?, ¿quién cosechó el trigo, lo molió, lo convirtió en harina, le puso en un saco (en México: costal), quién le dio nombre a la marca del trigo, lo transportó a un almacén, quién lo compró, quién imprimió la factura de la harina para que llegara al comercio, quién amasó la harina junto con los otros ingredientes que hacen del pan pan… y esos otros ingredientes? ¿Quién…?



Un solo pan puede tener al menos 50 autorías compartidas. Sin el principio de la interdependencia, a cada pregunta similar a las que he formulado, la respuesta sería: yo. Y estamos hablando apenas de un elemento de mi desayuno.



Inter-dependemos. Sería ignorancia pura pensar que lo podemos todo. Es una falacia. La misma energía divina necesita de cada uno de nosotros para poner en movimiento la creación de un solo pan. Quien enseña un plástico y cree que lo puede todo, ha caído en el error más ególatra posible y se ha olvidado del origen de las cosas.

Pero esto sucede, precisamente, cuando el virus del olvido se siembra en las tierras del trueque. Como una mala yerba, es capaz de crecer en las raíces de la mente y ocupar un espacio demasiado requerido por el árbol de la consciencia.



Si a mí me fuese posible, suspendería poco a poco las transacciones que hacen de mi intercambio una realidad virtual. Porque un cheque no es dinero; y menos una transacción bancaria por internet. Pero dar una manzana a cambio de un plátano… ahí sí encuentro la vida. Veo los ojos de quien me entrega el sagrado fruto (literalmente) de su esfuerzo y reconozco que le ha llevado tiempo esta participación en la dinámica de nuestra comunidad global. Y sé que cuando pruebe mi manzana, le sabrá a manos que pusieron amor en la siembra y más que una marca al proceso de entrega.


Si me fuese posible, intercambiaría mi canto por un buen masaje; tal vez la ropa que llevo puesta resultaría más novedosa a mis vecinos y el paraguas que ya no utilizan me serviría de adorno para escenografía de alguna obra. Tengo muchas cosas que ofrecer, sin necesidad de que éstas sean compradas una y otra vez sólo porque la T.V. me indica que no soy nada, nadie, de no poseer lo último en la moda. Y reconozco: la moda me agrada, la buena comida me extasía y no me perderé las películas que sean dignas de mi atención en una buena sala. La diferencia radicará, tal vez, en que cada vez que compro o intercambio algo, recuerdo que existe alguien que me lo ha dado y el valor de su esfuerzo es muy superior a los precios que el mercado exige.


Si alguien desea intercambiar ideas, preguntas u opiniones… recuerde: ninguna de éstas cuesta un centavo y en el proceso nos enriquecemos todos.

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