viernes, 14 de mayo de 2010

EL TRUEQUE: RENACIMIENTO DE UNA ANTIGUA PRÁCTICA, Parte 1


Hubo un tiempo en nuestro planeta en que el trueque era una versión simplificada de las estructuras de comercio que prevalecen hoy en día. Es probable que, en ese entonces, una gallina a cambio de melocotones (en México: duraznos) resultase en satisfacción para ambas partes. Sonrisas, palabras cordiales de vecinos y la mutua entrega de la mercancía unía a las personas, les llevaba a conocerse y valorar de una manera más real el concepto de intercambio justo. Por cierto, la palabra conservaba un peso de un valor muy superior a los metales, el oro como ejemplo, a quien hemos conferido un poder especial.



En la era actual, todavía existen intercambios. Sin embargo, la apreciación del trabajo queda difuminada ante la imponente presencia de objetos que no son oro, ni plata; no son bronce siquiera: papel y plástico han usurpado su lugar. Yo entrego un hoja con la firma adecuada y soy capaz de abrirme puertas insospechadas, quizá incluso al interior de algún palacio. Hago brillar, dentro de mi cartera, esas fecundas parcelas con microchip integrado y de pronto me convierto en el hombre más agradable del mundo. Podría ser un auténtico canalla en mi vida diaria; si dispongo de cuenta, firma y crédito, gozaré de privilegios inusitados, como viajar en primera clase, recibir un trato fuera de lo común y distinguirme de aquellos que no pueden pagar las cuotas de la moderna transacción.


Da la casualidad que estas formas de intercambio crean menosprecio ante las materias primas con que dichas riquezas (las que promueve el plástico) fueron creadas en primera instancia. Una tarjeta me habla de poder personal, pero no me habla de la persona en sí. He perdido la noción del quién cultivó los tomates que llegan a la mesa, ni el esfuerzo que implicó cualquier manufactura más allá de las franquicias. Compro, uso, desecho. Los héroes y genios detrás de todo ello son fantasmas sin nombre, historia ni presencia. Yo mismo me convierto en lo que uso pues tan pronto entre en el laberinto del consumo (Octavio Paz ya habló de un laberinto solitario… siempre lo son), perderé mi rostro, la ventana a mi alma podría quedar tapiada por un sinfín de marcas que hablarán de quién se supone que Yo Soy.




Pintura de Joseph Maria


Tal parece que, en definitiva, hemos perdido socialmente la magia del trueque en casi todos sus sentidos. La fachada se ha vuelto fundamental, mientras que al edificio de nuestras relaciones podría faltarle algo más que un simple mantenimiento. La sanación de estos procesos y la recuperación de los valores dependerá, exhaustivamente, de nuestra capacidad de retomar las dinámicas originales de preguntarse con un dejo humildad: ¿cuál es tu talento…? ¿Cuál es el mío?; ¿Quién eres tú… quién soy yo?. ¿Cómo podemos, el tú y el yo, lograr un encuentro fascinante y descubrir, en esencia, la forma de enriquecernos? Olvidemos las monedas por un momento: me refiero a esa abundancia que florece en una vida cuando activamos los principios de la interdependencia, la interconectividad y la interactividad.


Si bien explicaré estos principios en la segunda parte, deseo enfatizar que sin éstos, la poca virtud rescatable en los intercambios de hoy día entrará en la lista de ‘especies en extinción’. No sólo nos hemos despedido ya de un importante número de especies vegetales, animales y minerales en el proceso de des-identificación; pareciera que con estas ausencias aparecen, también, huecos invisibles en la fina tela de nuestra esencia humana. La falta de intercambio en el mejor sentido de la palabra nos sume en el olvido y en más de una dirección.


Continuará…

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